20 de febrero de 2010

LA NOCHE ANTES DE LOS BOSQUES - Antes de la caída


“La noche antes de los bosques” de Bernard Marie Koltès. Con Mike Amigorena. Dirección general: Alejandra Ciurlanti. Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660.

Calificación: MUY BUENA

(****) CUATRO ESTRELLAS. “Más le valdría al hombre no haber nacido”, se lamenta Esquilo. La cita viene a la memoria ante el estreno porteño de este monólogo virulento de Bernard Marie Koltès, dramaturgo francés, muerto de sida a los 41 años, en 1989, de quien ya se conocieron aquí versiones de “Combate de negro y de perros”, “Roberto Zucco” y “La soledad de los campos de algodón”. Es que estamos ante un autor mayúsculo cuya obra, aunque breve, goza de la vigencia de los clásicos. A la manera de aquellos, sus textos suscitan un caudal inagotable de preguntas sin proporcionar nunca las respuestas. Esos cuestionamientos que hacen a nuestra naturaleza humana, por momentos contradictoria y absurda, pero también frágil y desvalida.
En “La noche antes de los bosques” (1977), escuchamos a un hombre del que nada sabemos -ni siquiera de donde viene ni en qué lugar se encuentra- cuando cruza a otro en la calle, durante la medianoche, bajo la lluvia, y lo invita a compartir una habitación de hotel. Más allá del marco temporal, el contexto efímero y ambiguo del encuentro instala un ambiente ominoso, tentador, violento y hasta morboso, donde irrumpe la necesidad de expresarse sin tabiques culturales. Y ese derroche de palabras, a veces inconexas o lúcidas, susurradas o imperativas, sensuales o lacrimosas, devela el profundo escepticismo del protagonista. Quien cual ángel exterminador, no perdona ninguna mácula, y sin embargo, en su rabioso desdén, en sus gritos desesperados o en las contorsiones de su cuerpo, podemos percibir que anida una soledad atávica.
El vasto soliloquio, de una hondura y un lirismo conmovedores, tal vez entre los mejores del teatro mundial de fines del Siglo XX, es en realidad una bellísima aria en prosa, donde la voz del intérprete debe hallar cierta musicalidad para expresarlo. Carente de acciones convencionales, asumirlo constituye un riesgoso desafío del que Amigorena, actor de probada calidad, sale más que airoso.
Ciurlanti construye una propuesta visual apoyada, por un lado, en el tono exacto y el despliegue físico de su intérprete, por el otro, en la labor de tres grandes aliados: la intensa partitura compuesta por Iván Wyszogrod, capaz de eludir la mera ilustración para dialogar con la escena; el imaginativo diseño coreográfico de Diana Szeinblum; y los infinitos, espléndidos matices lumínicos concebidos por Eli Sirlin, que ocultan o develan la lucha interna del personaje.
Cabe un reparo mínimo: La disposición “alla italiana” del Paseo La Plaza, parece no resultar el ámbito más adecuado para el clima intimista que proponen tanto la obra como la puesta. Aun cuando se intenta paliar la distancia entre el escenario y la platea colocando un par de filas de espectadores alrededor del actor. Finalmente, ¿era necesario el uso de un micrófono inalámbrico? El soberbio órgano vocal del intérprete lo torna injustificado.

Fotografía: Gentileza Colombo-Pashkus

(Publicado originalmente en revista Noticias de editorial Perfil el 20/02/10)