LOS FALSIFICADORES - Heridas que persisten
LOS FALSIFICADORES (Die Fälscher) (Austria – Alemania/2007)
Intérpretes: Karl Markovics, August Diehl, Devid Striesow, Dolores Chaplin y elenco
Dirección: Stefan Ruzowitzky
Distribuidora: Alfa Films – Duración: 98 minutos – Solo apta para mayores de 16 años.
Calificación: MUY BUENA
Intérpretes: Karl Markovics, August Diehl, Devid Striesow, Dolores Chaplin y elenco
Dirección: Stefan Ruzowitzky
Distribuidora: Alfa Films – Duración: 98 minutos – Solo apta para mayores de 16 años.
Calificación: MUY BUENA
Salomón Sorowitsch (Karl Markovics) es el rey de los impostores: su vida en Berlín, durante la Segunda Guerra Mundial, transcurre entre documentos falsos y mazos de naipes. Además de una habilidad sorprendente y la suerte de salir siempre bien parado de cualquier situación peligrosa. Hasta que el Superintendente Friedrich Herzog (Devid Striesow), sigue sus huellas y su carrera delictiva hasta lograr apresarlo in fraganti, en los brazos de una bella mujer, que se deja seducir para obtener, a cambio, un pasaporte argentino que le permita huir del continente.
Rápidamente es enviado al campo de concentración de Mauthausen, donde otra vez, su instinto de supervivencia y carisma se imponen. A través de unos retratos, dibujados a mano, de los oficiales nazis, obtiene la simpatía de sus captores.
Pero su talento no pasa desapercibido. Trasladado a otro campo, Sachsenhausen, vuelve a encontrarse con Herzog, quien lo asigna a una misión secreta denominada Operación Berhard. Allí, en ese lugar donde la muerte es dueña de todo, los SS han reunido, en una barraca especial, a un grupo de prisioneros expertos en falsificar moneda extranjera. El objetivo es emitir libras esterlinas y dólares para colapsar las economías de los aliados.
Si bien el grupo goza de pequeños privilegios, están obligados a resistir y sometidos a un dilema moral que el entorno, los propios fantasmas y la presencia del condenado Adolf Burger (August Diehl) acrecienta. Salomón será el líder del grupo, pero la pesadilla se instala. Por un lado, saben que si cumplen con las órdenes, lograrán sobrevivir un poco más que sus amigos y familiares, cuyos ecos de sufrimiento y dolor oyen con claridad. Al mismo tiempo, si lo hacen, están ayudando de manera directa a los asesinos de sus congéneres.
La cinta de Stefan Ruzowitzky – que obtuvo merecidamente el Oscar a la mejor película extranjera y su guión está basado en el libro “The devil’s workshop” de Adolf Burger - plantea y resuelve estas dudas terribles, con trabajos actorales sobresalientes, sin caer en el melodrama a que cierto cine, sobre todo el norteamericano, nos tiene acostumbrado a la hora de referirse a la Shoá.
Las imágenes, lejos del dramatismo, se apuntalan en la sutileza. La cámara no abunda demasiado en detalles descriptivos, incluso en determinadas secuencias, es más potente el valor del sonido para subrayar el horror que no vemos, pero intuimos en su pavorosa dimensión.
En cuanto a la música, es para destacar la presencia de nuestro compatriota, el armonicista Hugo Díaz, notable en la interpretación de tangos como “Mano a mano” y el momento donde un prisionero entona un aria de Cavaradozzi de la inmortal “Tosca” Pucciniana. Efímero instante en que la calma se instala dentro del infierno.
Rápidamente es enviado al campo de concentración de Mauthausen, donde otra vez, su instinto de supervivencia y carisma se imponen. A través de unos retratos, dibujados a mano, de los oficiales nazis, obtiene la simpatía de sus captores.
Pero su talento no pasa desapercibido. Trasladado a otro campo, Sachsenhausen, vuelve a encontrarse con Herzog, quien lo asigna a una misión secreta denominada Operación Berhard. Allí, en ese lugar donde la muerte es dueña de todo, los SS han reunido, en una barraca especial, a un grupo de prisioneros expertos en falsificar moneda extranjera. El objetivo es emitir libras esterlinas y dólares para colapsar las economías de los aliados.
Si bien el grupo goza de pequeños privilegios, están obligados a resistir y sometidos a un dilema moral que el entorno, los propios fantasmas y la presencia del condenado Adolf Burger (August Diehl) acrecienta. Salomón será el líder del grupo, pero la pesadilla se instala. Por un lado, saben que si cumplen con las órdenes, lograrán sobrevivir un poco más que sus amigos y familiares, cuyos ecos de sufrimiento y dolor oyen con claridad. Al mismo tiempo, si lo hacen, están ayudando de manera directa a los asesinos de sus congéneres.
La cinta de Stefan Ruzowitzky – que obtuvo merecidamente el Oscar a la mejor película extranjera y su guión está basado en el libro “The devil’s workshop” de Adolf Burger - plantea y resuelve estas dudas terribles, con trabajos actorales sobresalientes, sin caer en el melodrama a que cierto cine, sobre todo el norteamericano, nos tiene acostumbrado a la hora de referirse a la Shoá.
Las imágenes, lejos del dramatismo, se apuntalan en la sutileza. La cámara no abunda demasiado en detalles descriptivos, incluso en determinadas secuencias, es más potente el valor del sonido para subrayar el horror que no vemos, pero intuimos en su pavorosa dimensión.
En cuanto a la música, es para destacar la presencia de nuestro compatriota, el armonicista Hugo Díaz, notable en la interpretación de tangos como “Mano a mano” y el momento donde un prisionero entona un aria de Cavaradozzi de la inmortal “Tosca” Pucciniana. Efímero instante en que la calma se instala dentro del infierno.