ALEGRIA - La ciudad de la alegría
UN ALARDE DE TALENTO. El equipo que realiza la rutina de barras, y el trapecista Denys Telstov
“Alegría”. Creación de Gilles Ste-Croix para el Cirque du Soleil. Dirección: Franco Dragone. Av. España 2230, Costanera Sur. Entradas desde $160, únicamente por Ticketek, Tel. 5237-7200. Hasta el 27 de julio.
(******) Los sentidos se emborrachan de belleza, asombro y emoción. No es para menos. Asistimos a un desfile de artistas extraordinarios, que logran fabricar alas invisibles, y a diferencia de Ícaro, alcanzan con aparente facilidad el paraíso anhelado de la perfección técnica. Por eso, mientras contemplamos boquiabiertos una incesante, caudalosa catarata de colores, luces, sonidos e innumerables destrezas, experimentamos -por un par de horas, al menos- la más desbordante felicidad que produce la cúspide del arte. Esta vez circense, pero no por eso menor.
El diccionario define la palabra alegría como “el sentimiento grato producido por algún motivo placentero que se manifiesta con signos externos”. Imposible un título mejor para el show homónimo, que constituye la segunda presentación, en nuestro país, del célebre Cirque du Soleil.
A esta altura, la sola mención de la compañía canadiense creada -hace 24 años- por Guy Laliberté es sinónimo de excelencia. Sus múltiples producciones -muchas registradas y difundidas en televisión, y disponibles en DVD- deleitan a millones de espectadores, ofreciéndose de manera simultánea alrededor del mundo. En cada ciudad que levanta sus carpas -en verdad, casi un pueblo ambulante, tal es su sofisticación y equipamiento-, cosecha aplausos, premios y admiración merecidos.
El alucinante despliegue físico de acróbatas, gimnastas y malabaristas, las insólitas apariciones de payasos histriónicos y personajes inquietantes, una subyugante y contagiosa música ejecutada por banda y los cantantes en vivo, hasta la milimétrica puesta en escena, cuyo ritmo no decae nunca, sostienen la experiencia que significa apreciar en persona este espectáculo estrenado en 1994.
Si bien desde entonces la estructura formal se mantiene casi intacta, semejante ajetreo obliga a nuevos números y el recambio de intérpretes. Enfundados y caracterizados con vestuarios y maquillajes tan fastuosos como imaginativos, la apertura está a cargo de Gastón Elías -único argentino que integra el elenco-, eximio trapecista que emula un ave en simétrico vuelo. También el formidable equilibrista ucranio Denys Telstov maravilla cuando sostiene todo su cuerpo empinado en una sola mano. En tanto, las sensacionales contorsionistas mongoles Oyun-Erdene Senge y Ulziibuyan Mergen logran abolir toda lógica cuando sus cuerpos se anudan o acoplan en figuras impensadas, otorgándoles la misma flexibilidad de la seda. Otro dúo maravilloso, esta vez masculino, que ofrece la danza de fuego con cuchillos encendidos, dibuja una deslumbrante caligrafía de llamas en el aire y su propia piel. Sobre trampolines, los soberbios atletas de la rutina “Power Track” dan cabriolas y giran en el espacio como trompos humanos. Finalmente, no alcanzan los adjetivos para rubricar el elogio sin reservas al níveo equipo ruso de narices rojas, que sostiene delgadas barras con los hombros, mientras algunos dan saltos sobre las mismas, en rotación constante, gracias a una coreografía aérea que deben envidiar hasta los mismísimos ángeles.
Foto: gentileza agencia SMW Press
(******) Los sentidos se emborrachan de belleza, asombro y emoción. No es para menos. Asistimos a un desfile de artistas extraordinarios, que logran fabricar alas invisibles, y a diferencia de Ícaro, alcanzan con aparente facilidad el paraíso anhelado de la perfección técnica. Por eso, mientras contemplamos boquiabiertos una incesante, caudalosa catarata de colores, luces, sonidos e innumerables destrezas, experimentamos -por un par de horas, al menos- la más desbordante felicidad que produce la cúspide del arte. Esta vez circense, pero no por eso menor.
El diccionario define la palabra alegría como “el sentimiento grato producido por algún motivo placentero que se manifiesta con signos externos”. Imposible un título mejor para el show homónimo, que constituye la segunda presentación, en nuestro país, del célebre Cirque du Soleil.
A esta altura, la sola mención de la compañía canadiense creada -hace 24 años- por Guy Laliberté es sinónimo de excelencia. Sus múltiples producciones -muchas registradas y difundidas en televisión, y disponibles en DVD- deleitan a millones de espectadores, ofreciéndose de manera simultánea alrededor del mundo. En cada ciudad que levanta sus carpas -en verdad, casi un pueblo ambulante, tal es su sofisticación y equipamiento-, cosecha aplausos, premios y admiración merecidos.
El alucinante despliegue físico de acróbatas, gimnastas y malabaristas, las insólitas apariciones de payasos histriónicos y personajes inquietantes, una subyugante y contagiosa música ejecutada por banda y los cantantes en vivo, hasta la milimétrica puesta en escena, cuyo ritmo no decae nunca, sostienen la experiencia que significa apreciar en persona este espectáculo estrenado en 1994.
Si bien desde entonces la estructura formal se mantiene casi intacta, semejante ajetreo obliga a nuevos números y el recambio de intérpretes. Enfundados y caracterizados con vestuarios y maquillajes tan fastuosos como imaginativos, la apertura está a cargo de Gastón Elías -único argentino que integra el elenco-, eximio trapecista que emula un ave en simétrico vuelo. También el formidable equilibrista ucranio Denys Telstov maravilla cuando sostiene todo su cuerpo empinado en una sola mano. En tanto, las sensacionales contorsionistas mongoles Oyun-Erdene Senge y Ulziibuyan Mergen logran abolir toda lógica cuando sus cuerpos se anudan o acoplan en figuras impensadas, otorgándoles la misma flexibilidad de la seda. Otro dúo maravilloso, esta vez masculino, que ofrece la danza de fuego con cuchillos encendidos, dibuja una deslumbrante caligrafía de llamas en el aire y su propia piel. Sobre trampolines, los soberbios atletas de la rutina “Power Track” dan cabriolas y giran en el espacio como trompos humanos. Finalmente, no alcanzan los adjetivos para rubricar el elogio sin reservas al níveo equipo ruso de narices rojas, que sostiene delgadas barras con los hombros, mientras algunos dan saltos sobre las mismas, en rotación constante, gracias a una coreografía aérea que deben envidiar hasta los mismísimos ángeles.
Foto: gentileza agencia SMW Press
(Publicado en revista NOTICIAS -editorial Perfil - N° 1644 - 28/7/08)