24 de julio de 2008

THE PILLOWMAN - La metamorfosis de un escritor


CAPOLAVORO. Pablo Echarri se luce en un rol tortuoso, al que aporta un sinfín de matices. El resto, correctos.


“The Pillowman” de Martin McDonagh. Con Pablo Echarri, Carlos Belloso, Carlos Santamaría, Vando Villamil y elenco. Dirección: Enrique Federman. Teatro Lola Membrives, Corrientes 1280.

(***) La situación es kafkiana: en época y situación geográfica indefinidas, dentro de una lúgubre oficina de un destacamento policial, dos implacables detectives (Santamaría y Villamil) interrogan sin piedad al asustado escritor Katurian (Echarri). Recientes y horribles asesinatos de niños aparecen reproducidos tal cual son descriptos en sus cuentos, y lo convierten en el principal sospechoso, candidato a la pena de muerte. La guadaña pesa también sobre su hermano Michal (Belloso), un deficiente mental con el que Katurian convive y cuya infancia fue una ininterrumpida sesión de maltratos por parte de sus progenitores.
En la intimidad de la celda que los une, se descubre la verdad atroz: fascinado por las historias, el lirismo de su prosa y los finales macabros, Michal decidió con orgullo infantil y admiración fraternal, concretar minuciosamente algunos de los crímenes enunciados. En particular, sus favoritos son aquellos que quiere escuchar, una y otra vez, en boca de su hermano.
Sobre Katurian se abalanzan la responsabilidad moral, un oculto hecho del pasado, y el anhelo de trascender con su escritura, para obligarlo a una determinación que no conviene revelar.
Esta nueva obra del dramaturgo angloirlandés Martin McDonagh -hace unos años conocimos una esplendida versión de “La reina de la belleza”, firmada por Oscar Barney Finn- tiene un planteo oscuro, angustioso y claustrofóbico, pero bordado con humor. Negro, obviamente. Y aunque suene paradójico, en su interesante libreto, la risa asoma del mismo modo que el escalofrío.
Trasladar este sugestivo universo donde realidad y ficción se dan la mano, en un clima de constante tensión, no es una empresa fácil. Requiere mano firme en la dirección actoral, enorme imaginación para escapar al estatismo inherente a la pieza y rápida resolución para el traslado visual de los múltiples relatos. La puesta porteña lo consigue sólo en parte.
El escenógrafo Alberto Negrín suma laureles a su trayectoria al sintetizar la ambientación con pocos y efectivos elementos, que instalan una atmósfera expresionista. Justamente, la evocación de la dolorosa infancia de los protagonistas es uno de los momentos más logrados, en contraposición al trazo grueso de la fábula realizada a través de una proyección fílmica.
En el plano actoral, Villamil y Santamaría están correctos, Belloso suma un nuevo personaje a su galería de fenómenos, pero quien asombra gratamente es Echarri. El popular actor hace una riesgosa, saludable elección, al comprometerse en este proyecto y respaldarlo con un prodigioso trabajo interpretativo, sin fisuras. Omnipresente en escena, despoja de atractivo su actitud corporal y despliega un sinfín de matices vocales. Por momentos, parece el Gregorio Samsa de “La Metamorfosis”, o adquiere la torturada máscara de Peter Lorre en el film “M” de Fritz Lang. Sin dudas, su fascinante actuación es uno de los hechos teatrales para celebrar en la actual temporada.

Foto: gentileza Natasha Tiffenberg

(Publicado en revista NOTICIAS - editorial Perfil - N° 1647 - 19/7/08)