3 de abril de 2007

Marcelo Bertuccio


En primera persona:

Estaba programando yo uno de mis frecuentes intentos de auto-exilio, empujado por un clímax de mi perpetua sensación de extranjeridad. En aquella precisa oportunidad, el destino era nacional: Mendoza. A la sazón, había empezado a ensayar –en mis viajes prologales- un espectáculo en el cual participaba como actor, lo cual sucede muy ocasionalmente. La obra, Morir (Un instante antes de morir) –caprichosamente rebautizada a menudo Morir o no morir- de Sergi Belbel, muestra a un número grande de personajes en diversas situaciones de peligro vital; y los muestra dos veces: en una escena mueren y en otra se salvan. Mi personaje era un guionista cinematográfico en crisis creadora y también, en otro nivel significante –por lo menos en la puesta del mendocino Juan Comotti-, el propio autor de la obra.
La acción de esta anécdota comienza el 19 de mayo de 2005 a la noche, dando una de mis últimas clases de dramaturgia en Buenos Aires, antes de partir “definitivamente”, rumbo a Mendoza, el 30. Empezó a dolerme el pecho. Me dije que había estado fumando mucho de nuevo, producto de la ansiedad de la próxima “mudanza” tal vez. El dolor era más intenso cada minuto, aunque por momentos cedía un poco. Fiel a la conducta miserable que tenemos los seres humanos y que consiste en engañarse a uno mismo con una gran versatilidad para mentir acompañada de una credulidad absolutamente ingenua, no asumí el gran dolor como indicio de que algo malo estaba pasando en mi cuerpo. La clase terminó, y los dramaturgos asistentes se fueron retirando uno a uno, sin advertir el malestar del profesor.
[Aquí el autor se interrumpe. Un fragmento de esta anécdota no puede ser revelado. De cualquier manera, la ausencia de ese fragmento no obstaculizará al lector la comprensión cabal de lo relatado, sabiendo que hubo un llamado telefónico, un desdén, un vacío abismal, una furia animal de muchos siglos en un pobre cuerpo tembloroso.]
Cerca de las dos de la madrugada del 20 de mayo, el dolor, de pronto, comenzó a crecer a mucha velocidad. Antes de que pudiera establecer alguna hipótesis que tranquilizara al simulador que también soy, el elefante que me pisaba el pecho se mostraba impiadoso, y la perspectiva de “un sedante, a dormir, mañana será otro día” se desvanecía. No, no, no puedo tener un infarto. Son los cigarrillos, fumé mucho. No puede ser un infarto. Yo no puedo tener un infarto.
“MUJER: ¿Qué?
GUIONISTA: Oye.
MUJER: Qué.
GUIONISTA: Hace ya un buen rato que...
MUJER: Qué.
GUIONISTA: ...me duele el brazo.
MUJER: ¿Cuál?
GUIONISTA: Éste.
MUJER: ¿Qué tipo de dolor?
GUIONISTA: No lo sé, muy fuerte. Oye... tengo... necesito... quizá... beber... ¡el brazo!
MUJER: ¿Qué te pasa?
GUIONISTA: Creo... oh... m... me cuesta... resp...
MUJER: ¿Quieres algo?
GUIONISTA: A... agua, no sé... o... o... oye...
MUJER: ¿Qué? ¡¡Qué!!
GUIONISTA: No puedo... el... el... pecho... todo... lo... veo... negro...!
MUJER: Llamo a un médico.
GUIONISTA: N... no... te... vayas... por... fff...avor...
MUJER: Voy a llamar.
GUIONISTA: O... oye... o... ye...
MUJER: ¡¡¡Respira, respira, por favor, respira!!!
El GUIONISTA intenta levantarse. Se sujeta fuertemente el brazo izquierdo con el derecho, a la altura del pecho. No puede respirar. Siente una dolorosíma opresión en el pecho. La MUJER intenta ayudarlo, pero al verle la expresión de la cara, se queda inmóvil, aterrorizada. Él cae al suelo, presa de un fulminante ataque cardíaco.
Muere.”
[Fragmento de Morir (Un instante antes de morir) de Sergi Belbel.]
Yo no morí. No podía morir en ese momento. Me fui a la guardia del Güemes, a dos cuadras de mi casa. Angioplastia, sten, medicación, punto de inflexión, “había muy pocas expectativas de que se salvase, Bertuxio (sic), pero ya está bien, y haber llegado a la guardia a tiempo ayudó mucho”, y ya estaba viajando hacia Mendoza el 30 a la noche, en el primer asiento solitario con toda la pampa para mí, como mascarón de proa, en tránsito hacia el, en ese momento, ansiado Cuyo.
Hoy es 2 de abril de 2007, vivo (in) felizmente en Buenos Aires, y estoy escribiendo esta tontería.
Una vez más, el teatro me había ayudado tanto...

Marcelo Bertuccio
Dramaturgo
http://marcelobertuccio.blogspot.com