6 de marzo de 2007

Ana Moraitis



En primera persona:

En el año 1999 me invitaron a cantar el rol de Euridice, de la ópera “Orfeo y Euridice” de Gluck, en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Hacía años que estudiaba canto lírico, y en mis clases de repertorio había estudiado casi todos los roles de soprano lírica de óperas conocidas, acordes a mi registro de voz. Además, integraba el Estudio Coral de Buenos Aires, uno de los coros de cámara de mayor prestigio del país, que dirige Carlos Lopez Puccio, pero nunca había cantado un personaje de ópera completo, mucho menos como protagonista y en público.

El director del Coro del Colegio, Marcelo Birman, que me conocía sólo por referencias, confió en mi capacidad para asumirlo sin siquiera tomarme una audición. Por cierto, era también su inicio como director musical de tamaña empresa. El Colegio contaba con un coro de jóvenes; todos alumnos, curiosos, melómanos, cosa rara en chicos de esa edad. Así comenzamos los ensayos en el Aula Magna del Colegio, donde iban a ofrecerse las funciones, con entusiasmo, miedos e inseguridades lógicos de quienes emprenden por vez primera un proyecto de esta naturaleza. A la vez, en lo personal, estaba encantada ya que este marco, íntimo y jovial, no podía ser más propicio para experimentar mi iniciación como solista principal.

Una mañana, mientras ensayaba, una persona enviada desde mi casa se presento de improviso, me dijo que no me asustara, pero que había recibido un llamado urgente. Aclaro que en aquellos tiempos no pululaban los celulares como ahora. En el Teatro Avenida se realizaba anualmente lo que entonces era un ciclo independiente de opera anual, Juventus Lyrica, hoy ya establecido y reconocido, y que curiosamente, preparaba un montaje escénico también de “Orfeo y Euridice”. No solo la misma obra sino la misma versión que preparaba Birman, que no es la que usualmente llevan a escena en los grandes teatros del mundo, sino la estrenada originalmente por Gluck, en su época, sin las posteriores revisiones, y que incluye otras partes. Sucedía que la soprano de esa puesta se había enfermado, no tenían reemplazo, y tras buscar por todo Buenos Aires a alguien que conociera la obra, específicamente esta partitura, y pudiera suplir a la malograda cantante, llegaron a mí. Me pedían por favor que asumiera el rol, ya que era la única persona que conocía la parte y encima la estaba ensayando. Sin embargo había un detalle importante: la función de estreno era al día siguiente y no había posibilidad de un ensayo previo.

Al enterarme, mi primera reacción fue de crisis, y por supuesto, respondí que no podía hacerlo. Interiormente, estaba muerta de miedo, y no pude evitar ponerme a llorar como una nena. Cuando Birman y los chicos del coro me vieron en ese estado se acercaron para preguntarme qué pasaba. Al contarles, para mi sorpresa, gritaron de alegría diciendo que no podía dejar de hacerlo y que irían a verme. Con semejante apoyo, mas otras consultas, tome coraje y me zambullí en lo que para mi era una titánica tarea.

Raudamente partí al encuentro de Ana D’Anna, la regisseur, y Antonio Russo, el director musical, que lógicamente ansiosos, me esperaban en su estudio. Ambos tuvieron la inteligencia de tranquilizarme, pero inmediatamente pusimos manos a la obra. Cante una aria para Russo, y D’Anna me marcó los movimientos escénicos. Luego, con temor, me probaron el vestido y los zapatos confeccionados para ese montaje; D’Anna exclamó, “¡sos como un ángel que bajo del cielo!”, cuando descubrimos que me quedaban perfectos. Al día siguiente, en un estado de pánico, pero entregada a mi destino, me enfrente a mi debut.

Recuerdo que cuando entre al escenario, vislumbre la sala colmada de gente, y de inmediato el foso de la orquesta y sus numerosos instrumentistas. En ese momento, razone que nunca había ensayado con ellos, algo imprescindible a nivel musical. Con lo cual, Russo se vio obligado a seguir y estar pendiente de cada uno de mis movimientos para lograr la conjunción sonora entre la orquesta y mi voz al mismo “tempo”. A veces, grandes divas de la lírica, torturan de esta forma a los directores, así que involuntariamente, me sentí una de ellas.

Cuando finalizo la función, entre los aplausos del público, distinguí los vítores y bravos de toda la Compañía del Colegio Nacional Buenos Aires, orgullosos y alentándome. Por mi parte, esa noche, tome conciencia que no sabía que podía ser tan valiente.

Ana Moraitis
Artista plástica, cantante y actriz
http://www.anamoraitis.com.ar/