UNA CIERTA PIEDAD - El día después
VÍNCULO. Alemán y Gil Navarro son los actores ideales para tornar sugestiva la relación, pero no hubo fogosidad en el debut
“Una cierta piedad” de Neil Labute. Versión de F. Masllorens y F. González del Pino. Con Selva Alemán y Juan Gil Navarro. Dirección: Alejandro Maci. Teatro Metropolitan, Corrientes 857.
(***) En todo tiempo y lugar, cualquier acontecimiento social, político, económico -incluso un desastre natural- de proporciones desmesuradas y violentas, que afecta a un sinnúmero de personas, modifica de manera rotunda el alma del ser humano. La imposibilidad de encontrar una rápida comprensión de las causas o los hechos nos confronta con la fragilidad de nuestra propia existencia. Aun protegidos de sus efectos inmediatos, nadie permanece ajeno a las múltiples consecuencias, interpretaciones y reacciones que se abren a partir de un suceso terrible.
El atentado del 11 de septiembre a las torres gemelas de Nueva York no sólo sacudió los cimientos de la ciudad y sus habitantes sino los del mundo entero. Sin duda, esa catástrofe es la caja de Pandora que define el inicio del Siglo XXI y su temido horizonte. El dramaturgo y cineasta norteamericano Neil Labute (1961) exorcizó parte de los demonios que asolaron Occidente con la escritura de la pieza “The mercy seat”, estrenada un año después de la tragedia.
Aunque situada el día posterior, a pocas cuadras de las ruinas, la obra va más allá del dantesco paisaje de polvo, muerte, miedo, caos y dolor que cubrió la denominada Big Apple. Ben, un joven ejecutivo, trabaja en uno de los edificios, se salva de la destrucción y busca refugio en el departamento de Abby, su amante varios años mayor que él, que además es su jefa. No atiende las insistentes llamadas de su esposa al celular, y propone darse por muerto para iniciar juntos una nueva vida, en otro lugar. Es un patético intento de prolongar la efímera pasión que los une y regresar al territorio de una adolescencia libre de compromisos. Con la ironía como escudo y una lucidez intacta, Abby será la encargada de definir el futuro de la pareja.
La magnifica versión de Masllorens y Del Pino no disimula los defectos de fábrica. Atenazada en una situación claustrofóbica, es una obra menor entre los textos del autor de la elogiada y exitosa “Gorda” (actualmente en la cartelera porteña). De todos modos, a pesar de su extensa, excesiva dialéctica, permite apreciar dos personajes bien delineados.
Los intérpretes se muestran a la altura del compromiso, que no es poco. La espléndida madurez de Alemán despliega intensidad y elegancia; Gil Navarro encarna admirablemente al atormentado protagonista. Actores ideales para tornar sugestivo el vínculo, al menos la noche del debut, la fogosidad de esa relación no se corporizó en escena. Casi ausente, la dirección parece haberlos librado a su suerte, sin el amparo de acciones significativas o la creación de un clima que vaya in crescendo hasta la asfixia del desenlace. Visualmente impecable, la puesta no consigue reflejar ese exterior infernal que se enuncia una y otra vez.
Foto: Gentileza Faroni Prensa
(Publicado originalmente en revista NOTICIAS - editorial Perfil - N° 1660 - 18/10/08)
(***) En todo tiempo y lugar, cualquier acontecimiento social, político, económico -incluso un desastre natural- de proporciones desmesuradas y violentas, que afecta a un sinnúmero de personas, modifica de manera rotunda el alma del ser humano. La imposibilidad de encontrar una rápida comprensión de las causas o los hechos nos confronta con la fragilidad de nuestra propia existencia. Aun protegidos de sus efectos inmediatos, nadie permanece ajeno a las múltiples consecuencias, interpretaciones y reacciones que se abren a partir de un suceso terrible.
El atentado del 11 de septiembre a las torres gemelas de Nueva York no sólo sacudió los cimientos de la ciudad y sus habitantes sino los del mundo entero. Sin duda, esa catástrofe es la caja de Pandora que define el inicio del Siglo XXI y su temido horizonte. El dramaturgo y cineasta norteamericano Neil Labute (1961) exorcizó parte de los demonios que asolaron Occidente con la escritura de la pieza “The mercy seat”, estrenada un año después de la tragedia.
Aunque situada el día posterior, a pocas cuadras de las ruinas, la obra va más allá del dantesco paisaje de polvo, muerte, miedo, caos y dolor que cubrió la denominada Big Apple. Ben, un joven ejecutivo, trabaja en uno de los edificios, se salva de la destrucción y busca refugio en el departamento de Abby, su amante varios años mayor que él, que además es su jefa. No atiende las insistentes llamadas de su esposa al celular, y propone darse por muerto para iniciar juntos una nueva vida, en otro lugar. Es un patético intento de prolongar la efímera pasión que los une y regresar al territorio de una adolescencia libre de compromisos. Con la ironía como escudo y una lucidez intacta, Abby será la encargada de definir el futuro de la pareja.
La magnifica versión de Masllorens y Del Pino no disimula los defectos de fábrica. Atenazada en una situación claustrofóbica, es una obra menor entre los textos del autor de la elogiada y exitosa “Gorda” (actualmente en la cartelera porteña). De todos modos, a pesar de su extensa, excesiva dialéctica, permite apreciar dos personajes bien delineados.
Los intérpretes se muestran a la altura del compromiso, que no es poco. La espléndida madurez de Alemán despliega intensidad y elegancia; Gil Navarro encarna admirablemente al atormentado protagonista. Actores ideales para tornar sugestivo el vínculo, al menos la noche del debut, la fogosidad de esa relación no se corporizó en escena. Casi ausente, la dirección parece haberlos librado a su suerte, sin el amparo de acciones significativas o la creación de un clima que vaya in crescendo hasta la asfixia del desenlace. Visualmente impecable, la puesta no consigue reflejar ese exterior infernal que se enuncia una y otra vez.
Foto: Gentileza Faroni Prensa
(Publicado originalmente en revista NOTICIAS - editorial Perfil - N° 1660 - 18/10/08)