20 de febrero de 2007

Ana Padovani


En primera persona:

En una oportunidad me convocaron para un colegio de niñas inglesas. Les anuncié que iba a narrarles cuentos de terror. Para mi enorme sorpresa, vi que varias de ellas se levantaban como para marcharse. Me asusté mucho pensando que me había equivocado fatalmente en la elección, pero pronto me di cuenta de que en realidad se dirigían a las ventanas, para cerrarlas, dejar el lugar en penumbra y así crear el clima propicio. Después todo transcurrió exitosamente, de acuerdo con la expectativa creada.

En otra oportunidad se realizaba en Buenos Aires un festival de espectáculos para niños. Yo no me presenté porque no había una categoría específica para mi espectáculo y no me sentía en condiciones de competir con otros de grande y costosa producción. Pero una tarde me llamaron con urgencia pidiéndome hacer un reemplazo, porque uno de los integrantes del grupo que debía presentarse ese día se había accidentado. Acepté con la tranquilidad que me daba el hacer un favor a los organizadores, quienes correrían con el riesgo de un eventual fracaso de la propuesta (se trataba de un teatro de 700 localidades).

Cuando llegué, el público estaba en la acera, formando una larga fila, esperando desde temprano. Yo contaba tan solo con el tiempo para cambiarme, pedir que cierren el telón, (porque preferí trabajar en el proscenio), y que pongan una silla y una luz alumbrando la zona central. Cuando salí al escenario la oscuridad era total (cosa que no es de mi elección para contar cuentos, pero a esa altura no podía resolverse de otro modo). Veía, o mejor dicho, sospechaba, tan sólo algunas caritas en las primeras filas. Hice mi espectáculo, “Los zapatos de contar”, con absoluta serenidad, porque la respuesta de los niños que alcanzaba a ver era la acostumbrada, si bien intuía que habría más público porque cada tanto oía alguna voz perdida o algún leve murmullo. Terminé, saludé y cuando se encendieron las luces vi, para mi asombro, una platea absolutamente colmada que había escuchado en silencio y aplaudía de pie.

Otra hermosa experiencia, y a la cual también en principio me negué, fue haber tenido una participación en el cierre del festival de Necochea, en un anfiteatro para casi 2000 personas. Aplaudían en mitad del cuento, ante todo lo que les entusiasmaba. Jamás encontré tanta calidez y buena respuesta, tenía la sensación de estar en un estadio de fútbol participando de una final gloriosa.

Ana Padovani
Narradora, docente, psicóloga.
http://www.anapadovani.com.ar/