1 de febrero de 2007

YO SOY MI PROPIA MUJER - Chavez, Alezzo, la cúspide del talento


Teatro
"Yo soy mi propia mujer" Unipersonal de Doug Wright.
Intérprete: Julio Chávez.
Vestuario: Cristina Villamar, Escenografía: Gabriel Carrascal, Luces: Felix Monti, Música original: Diego Vainer, Fotografía: Claudio Divella, Prensa: Colombo-Pashkus.
Director: Agustín Alezzo.
Multiteatro. Temporada 2007
EXCELENTE.

Desde el leve movimiento de los dedos jugando con un collar de perlas, los pies cruzados a un costado revelando seductoramente unos refinados zapatos negros de tacones altos, hasta la mirada estrábica y desorbitada, o incluso los lentes en una mano, y en la otra, nerviosamente, unos apretados papeles con apuntes. Son apenas algunos de los múltiples, sutiles, mínimos gestos que le bastan a ese formidable actor que es Julio Chavez para mutar y caracterizarse en los distintos personajes que le exige este interesante unipersonal de Doug Wright, autor también de "Quills" (conocida en su versión fílmica como "Letras prohibidas") sobre la figura del marqués de Sade.

Evidentemente, el dramaturgo norteamericano siente una especial fascinación por llevar a escena personajes reales y de singular personalidad. En "Yo soy mi propia mujer", que le valió nada menos que los premios Pulitzer, Tony y Lambda, es Charlotte von Mahlsdorf (1928-2002). Nacido varón, en Berlín, bajo el nombre de Lothar Berfelde, cuando cumple cinco años, Hitler asume el poder de una Alemania en bancarrota tras la humillante capitulación de la Primera Guerra Mundial. La mano dura del nacionalsocialismo, no impide que Lothar revele sin culpas su inclinación femenina. El pésimo vinculo de sus progenitores, que incluía el maltrato físico, provoca la furia paterna ante semejante comportamiento, y en defensa propia el hijo adolescente asesina al padre. Tras salir de la cárcel, en medio del bombardeo aliado de la Segunda Guerra, e instalado en Berlín Oriental, Lothar deja la crisálida varonil y se transforma, definitivamente, en Charlotte enfundándose en sobrios atuendos femeninos.

A partir de allí, su historia de vida revelada en una autobiografía y las entrevistas con el autor de esta pieza, mezcla en los recuerdos de Charlotte, hechos reales, dudosos, y hasta posiblemente fantasiosos, así como elude durísimas acusaciones: la apertura del Museo del Gründerzeit, donde exhibía su abigarrada colección de mobiliario y objetos de épocas doradas, hoy convertido en hito turístico; su colaboración con la Stasi, la policía secreta del Este Comunista; el mecanismo para la adquisición de bienes de aquellos que se animaban a sortear el famoso muro que dividió la ciudad, y Europa entera, durante décadas. Finalmente, tras una mudanza a Suecia (incluido el museo) de pocos años, el telón definitivo para un ser cuya existencia sigue siendo indescifrable, caerá cuando retorne a su ciudad natal, poco antes de morir.
Cual equilibrista sin red, Chavez transita una cuerda riesgosa, pero sale más que airoso del desafío. Son muchos los personajes evocados en el intenso relato de Charlotte. Sabiamente, se corporiza en los principales: Charlotte, por supuesto, el dramaturgo (convertido a si mismo en personaje e interlocutor con el espectador) y un amigo coleccionista. Para el resto, le basta una inflexión en la voz, cierta gesticulación, una mirada y el prodigio queda hecho. La ironía, mordacidad, refinamiento, integridad, humor y cierto grado de patetismo fluyen en la piel de sus personajes y se constituyen en los pilares de una composición actoral para el asombro.

Sin dudas, Chavez se encuentra en la cúspide de su talento, y hay que celebrar como un acontecimiento este trabajo que quedara para siempre en el recuerdo. También la férrea y visceral dirección de Agustin Alezzo, un guía imprescindible, cuya puesta, lejos de remedar la ostentosa versión neoyorquina, elige la mesura y sobriedad en un equilibrio digno de todo elogio.